No esperaba volver a estar embarazada tan pronto. Después de años de intentos y tratamientos de fertilidad para quedarme embarazada de mi hijo, Hudson, simplemente asumí que iríamos por el mismo camino con nuestro segundo hijo/a. Así que fue un shock total cuando unas semanas después de convertirme en directora de operaciones y cofundadora de NeighborSchools, descubrí que estaba embarazada.
Mi segundo embarazo fue radicalmente diferente al primero. A pesar de estar más agotada por el crecimiento de la empresa y por perseguir a un niño pequeño revoltoso por todas partes, estaba más relajada, me sentía más segura de mis decisiones y sabía un poco más de lo que podía esperar del parto y del posparto. Todo eso cambió al cruzar el umbral de las 37 semanas. Quedó claro que el COVID-19 suponía un grave riesgo para todos/as nosotros/as.
En cuestión de semanas, mis citas con el médico pasaron de ser ocasiones felices para escuchar los latidos del corazón de mi pequeño/a a estar nerviosa sola en una sala de espera con miedo a tocar nada, muy consciente de las caras enmascaradas. Mi última ecografía, que proporcionó la primera oportunidad real de ver la cara de este pequeño ser humano, ya que siempre estaba oculta en las exploraciones anteriores, se realizó sin mi marido. Mi prueba de no estrés para monitorear los latidos del/de la bebé una vez que mi fecha de parto había llegado y pasado se hizo sola.
Llamé al hospital casi a diario para controlar los cambios en los protocolos y procedimientos. ¿Me vería obligada a dar a luz sola? ¿Cuánto tiempo estaríamos en el hospital? Si tuviéramos un niño, ¿se le practicaría igualmente la circuncisión? ¿Podrá venir mi hijo o algún familiar a visitarme? ¿Qué precauciones debemos tomar y si yo o el/la bebé somos de alto riesgo? Por la noche, me quedaba despierta pensando en lo que pasaría y mi mente se agitaba con los peores escenarios.
Me dije a mí misma que debía estar agradecida, ya que otras personas lo están pasando peor por estar afectadas por este virus mortal. Tuve que llorar en silencio la pérdida de todo lo que había imaginado sobre este momento de alegría para mi pequeña familia en crecimiento y me preparé para lo desconocido.
Sin embargo, cuando comenzó mi parto, mi mundo se estrechó y, de repente, COVID-19 fue el último pensamiento en mi mente. Todo lo que podía pensar era en el pequeño ser humano que se estaba preparando para hacer su gran entrada. Cuando mis contracciones empezaron a ser más frecuentes e intensas, me pregunté si era el momento de ir al hospital o si todavía era demasiado pronto cuando, de repente, rompí aguas y supimos que debíamos darnos prisa.
Como todas las madres de parto, una enfermera comprobó mi progreso y se sonrió al predecir que nuestro/a bebé nacería en una hora. Una vez en la sala de partos, las enfermeras me animaron, me dieron un masaje en la espalda y le trajeron a mi marido zumo y galletas cuando pensaron que podría desmayarse. Mi obstetra permaneció completamente tranquilo y me ayudó durante el intenso período de empujes finales cuando los latidos de mi bebé cayeron y descubrieron que el cordón umbilical estaba enrollado alrededor del cuello del bebé 3 veces. Incluso cuando mi pequeño yacía sobre mi pecho ligeramente azulado y sin respirar, el equipo médico no hacía mas que ofrecerme palabras de ánimo mientras masajeaban las extremidades y añadían mantas para calentar a este pequeño ser hasta que los gritos más hermosos atravesaron el aire. Todo el mundo se alegró cuando anunciaron que teníamos un niño no tan pequeño de 9 libras y 4 onzas y 22 pulgadas. ¡Estábamos en las nubes!
Durante esas breves 30 horas en el hospital, estuvimos envueltos en un halo de felicidad. Qué extraño es pensar que la situación que había llenado mis semanas de temor y ansiedad ahora traía los primeros momentos reales de conexión humana, amor y pura alegría desde que comenzó este brote.
Así que, aunque no haya sido exactamente como lo había imaginado (¿qué en la maternidad lo es?), siempre recordaré el nacimiento de Brooks como un hermoso faro de esperanza en estos tiempos oscuros y difíciles.